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miércoles, 1 de julio de 2015

Capítulo 5: RUSIA ROMÁNTICA




Capítulo 5: 
"Sencillez, Buen gusto y pulcritud" 

       Enfundada en un vestido cóctel vintage de satén de licra negro con corpiño ajustado, gran escote en espalda, mangas francesas y canesú de tul moteado transparente con cinturón joya ancho con rico bordado de estrás en color plata que también resaltaba en hombros, unas sandalias de tacón de aguja en cuero negro que imita la piel de serpiente con detalles plateados de Jimmy Choo, un bolso malla de la década de los 80 de Paco Rabanne, hecho con cuero negro y discos de aluminio, finalizado con unos pendientes en cuarzo fumé y oro blanco, regalo de mis amigas por mis cuarenta años y que los llevo siempre conmigo, porque su diseño en cascada con tres piedras de una irregular y desigual forma, dan un toque natural y aire favorecedor a la cara, gracias al toque traslucido del material empleado. 


       Bajé con el glamour de una actriz de Hollywood, del típico taxi inglés color negro en la entrada del Royal Opera House, sintiendo una gran expectación por la mirada de mi conquistador español, y mientras me dirigía con paso firme y taconeo singular, por el brillante suelo de parqué de madera, en dirección al bar del anfiteatro, observé un apuesto “gran” hombre enchaquetado, atractivo y con un estupendo fachón en uno de los laterales de la barra. Y, ¡cómo no!, los bombyx moris aparecieron de nuevo. 


- Hola- dije mientras le daba un sensitivo beso cerca de las comisuras de su boca y acariciándole dicha zona con los dedos para limpiarle el gloss que mis labios le habían coloreado.

- Estás impresionante, Ana.

- Gracias Pablo, debo de reconocer que tú estás de diez. Y que conste que es mi máxima puntuación en el vestir. Sencillez, buen gusto y pulcritud son los tres fundamentos del buen vestir.

- Vaya, pues, me voy a ruborizar. Por cierto, ¿esos tres principios de vestir son tuyo?

- Ja, ja, ja. Son de Christian Dior. Pero, los he adueñado como míos.

- ¿te apetece tomar algo?

- Prefiero en el descanso, pero deberíamos reservarlo a nuestro nombre.

- De acuerdo.

       Y mientras, Pablo en un perfecto inglés, reservaba el menú que posteriormente íbamos a degustar; yo, junto a él, extasiada de su varonil olor, me evadía en un obsceno sueño de fantasía. Perturbada por dicha situación, pedí a uno de los camareros un vaso de agua, y volví al momento en cuestión. Mientras estaba bebiendo, Pablo me alcanzó mi mano izquierda entrelazándola a la suya, y me estremeció todo mi cuerpo, deposité el vaso en la barra y lo miré para seguirle a dónde él quisiera llevarme. En unos instantes posteriores, me encontré sentada en la butaca de la fila tercera y aplaudiendo a Vladimir Fedoseyev, un director de orquesta aclamado mundialmente por sus interpretaciones únicas y llenas de sensibilidad, con repertorios de Shostakovich y Chaikovski, entre los más conocidos. El sonido penetrante de la cuerda frotada en violines, violas, cello y contrabajos hizo que un momento tormentosamente vibrante despertase toda una expectación en la sala, fue como una llamada de atención para los espectadores, quienes ensimismados y absortos en la armonía musical que iba guiando con batuta en mano un magistral coordinador de tan numeroso equipo, nos introdujo en un ambiente de intriga, de miedos, de pasiones tormentosas, de pensamientos puros y vivencias anheladas. Y allí estábamos los dos, prestando un interés especial a un arpegio de violín allegro molto. Fue entonces cuando nos miramos, y coincidió que el acorde se hizo melódico, dulce y suave. En la mirada había complicidad y deseo. No podíamos negar que algo estaba comenzando. En ese especial momento sonó: The second waltz, de Dmitri Shostakovich, una pieza de la vieja Rusia con gran sentimiento, un vals único que me permitió cerrar los ojos y viajar en el tiempo; recordé de mis estudios a la dinastía de los Romanov, y la vida mundana de los siglos XVIII y XIX de una Rusia enlazada, indisolublemente, a los bailes, a las celebraciones elegantes, a los vestidos pomposos, con joyas y otros símbolos de vida lujosa. Me situé en la sala Nikoláiev, del Palacio de Invierno, en el 'Gran baile' que marcaba el pistoletazo de salida de la temporada, llevando en mano el carnet du bal, donde inscribía el nombre del caballero con el que deseaba bailar una polonesa, una mazurca o una cuadrilla. 


     Recordé el lenguaje de los abanicos utilizados para fines comunicativos. Gestos como:



-Si el abanico estaba abierto y la dama lo agitaba a cierta distancia ante sí: “Estoy casada”.

-Si se cerraba el abanico: “Me resulta usted indiferente”.

-Si la dama abría sólo el primer pliegue del abanico: “Conténtese con mi amistad”.

-Si el abanico está completamente abierto: “Es usted mi ídolo”.

       Y me planteé: ¿qué hago yo con el abanico?...Oh my God! , pensé en inglés. Y es que mi profesora de historia del vestir nos decía que el éxito de una temporada de baile, en aquella época, no se medía únicamente por el esplendor de las recepciones y de los vestidos, sino también por la cantidad de parejas que, a resultas de ella, contraían matrimonio. Así, que el manejo del abanico me suponía un desgaste total en mi forma de pensar. 


       Mientras la magistral interpretación de la orquesta continuaba con su programa; un extraordinario cúmulo de sentimientos emanó de mi interior, giré levemente mi cabeza y aprecié la corta distancia que había entre nuestras manos. Fue en ese instante, cuando le acaricié suavemente y volvimos a mirarnos profundamente, tanto... qué mi mente soñadora se desorientó, y, ¡no era plan!...pero, ¿cuál era mi plan?, ¿organizar o desorganizar mi vida?

       Lo seguí mirando tiernamente, o mejor dicho, coitalmente; cierto y verdad es, que las mujeres de nuestra edad somos bombas hormonales experimentadas que miran a los hombres con otros deseos. Personalmente, pienso que ellos tienen vertientes o trayectorias en sus vidas por las que circulan paralelamente a la mujer y según les convenga, se cruzan en dicho camino, o no; o bien, se instalan cual "okupas" en nuestras vidas para acomodarse sin picaresca alguna. Pues a estos segundos decirles que somos 《guerreras generacionales》, que buscamos superaciones personales, que nos enfrentamos a pequeños como a grandes desafíos y que somos heroínas de muchos cómics. 

       ¡Tanta reflexión, no me llevó a templar mis deseos ardientes!, pero, todo un público aplaudiendo, ¡sí que lo hizo!. Así que nos levantamos en el descanso para dirigirnos al anfiteatro y un sensual beso rodó en mi cuello. Reconozco que mi interior percibía un cosquilleo fuera de lo común; "bombyx mori", oh my God!....

-¡Si estos gusanos no se marchan los tendré que alimentar yo!

Mientras el taconeo sensual de mis zapatos se escuchaba por el parqué, Pablo me preguntó:

- Ana, ¿te está gustando? 

-Sí, realmente me fascina. He leído que su director es de San Petersburgo y galardonado con prestigiosos premios internacionales; además, miembro honorario, desde 2012, de la Academia Rusa de las Artes.

- Pues, ¡gran director y gran hombre!

- Sí - dije mientras sonreía y a la vez que el camarero nos servía el aperitivo con un vino rosado.

       Fui saludando de lejos a mis amistades de la " British Société", y colegas del mundo laboral. Observé que no me miraban tanto a mí como a mi apuesto acompañante y eso me producía una risa intermitente y contagiosa.

- ¿Qué te ocurre Ana?

- Pues que me saludan para ver con quién estoy.

- Pero, ¿hay algún problema? 

- Ninguno, ¡es puro morbo! - le dije con cierto secretismo.

- Prefiero descubrirte poco a poco. Eres una chica enigmática. Y tu jeroglífico aún no lo he acertado.

- Ja, ja... Creo que sabes poco de mí. 

       Acercándome a su oído le comenté en voz baja:

- ¿Sabías que Nefertiti se separó del rey hacia el 1368 a.C.? Y ¡Qué era una mujer de extraordinaria belleza! 

- ¡No me digas! ... pues, ¡sí que estaban avanzados en esa época! Resulta que por motivos laborales estuve en Berlín, y como tenía tiempo libre, visité el museo "Neues", donde se encuentra el busto de Nefertiti; y recuerdo que le llaman la Mona Lisa de Amarna.

- ¡Vaya, pues eso, yo no lo sabía!; conocía que sólo tenía pintado el ojo derecho y que su gesto apacible podía ser una sonrisa, una mueca de sabiduría o bien, un ademán de desprecio. Y lo recuerdo porque yo estuve en Ciencias mixtas con Arte, ¿te acuerdas? 

- Sí, claro.

-¡Pues para el examen de selectividad tuve que estudiar un montón de dispositivas!; pero, visitaré Berlín e iré a contemplar tal belleza.- Afirmé a Pablo.



       Pasados unos minutos, el timbre de aviso para la segunda parte del concierto, sonó y nos apresuramos para llegar a nuestros asientos antes de que las luces se apagasen. Comenzó un repertorio musical de Chaikovski con un "andante sostenuto" en Fa menor, con vibrante reflejo de la situación social y musical de aquella época, que cautivó a toda la sala. Sin ningún tapujo y directo, mi acompañante entrelazó su mano a la mía y la acomodó sobre el cruce de mis piernas. ¡Yo respiré hondo!; noté cierto nerviosismo con dicho gesto, y descubrí sensaciones olvidadas y en desuso en mi día a día. Las caricias entre ambos y el roce de nuestra piel, realmente me sobreexcitaban. Me encontraba complaciente y con un apetito sexual sin ataduras. En mi mente se instaló el deseo, las ganas de descubrir un nuevo amor y la esperanza a vivir oportunidades que pasan delante de nosotros, ¡y que no se deben dejar escapar! Hay que esforzarse por conseguir el "amor verdadero", sin dudas, sin miedos, aceptando los cambios y adaptándose a todas las circunstancias. ¡No quería ser enigmática!, con él tenía un diálogo sincero, culto, divertido, jovial, de gran complicidad; pero, evitaba hablar de mi vida privada. No hablaba de mi familia, no le contaba mis preocupaciones, no quería que esos momentos tan maravillosos desapareciesen, tenía miedo que mi profesión y mis viajes volviesen a ser motivos de "ruptura". Este esquema mental se fue desvaneciendo en un final apoteósico de instrumentos musicales que alcanzaban un "allegro con fuoco" y un "pizzicato ostinato". Todos los presentes, aplaudimos de pie a tan maravillosa interpretación. Mientras se desalojaba poco a poco el teatro, Pablo me leyó el pequeño folleto informativo de Rusia romántica con respecto a la última interpretación del programa presentado:

- ¡Escucha lo que dice aquí, Ana!- levantando dicho boletín y acercándose a mi pabellón auditivo - Esta parte es un canto a la necesidad de ser felices y el propio Chaikovski decía "si no encuentras razón para la alegría dentro de ti, mira a los demás".

-¡Vaya, pues sí que es éste compositor sabio!

- Pues... ya sabes pequeña, ¡mírame a mí! 

- Pero, ¿qué quieres decir con eso?, ¿acaso yo no soy alegre?

      Pablo me acarició el rostro con su mano y me besó tiernamente en la mejilla.

- Alegre, sí. Pero ¿eres del todo feliz?



        Con cara sorpresiva y un silencio en mis cuerdas vocales salí del Royal Opera House cogida de la mano con este "gran" hombre. Aprecié un revuelo de fotógrafos con flashes y visualicé al actor Hugh Grant, a Lady Middlenton y una sexy Taylor Swift con sus labios rojos de la línea Dragon Girl de Nars, vestida con un coqueto "cóctel dress" en color rosa palo con stiletos en igual tono.

Entre los paparazis, saludé con gran efusividad a mi amiga Lorena Beltrán, una bloguera española afincada en Londres, a quién le presenté a mi compañero e hizo que posásemos con gran desparpajo delante su cámara. Abrazados y diciendo cheese, escuchábamos el shooting de una fotógrafa profesional. Quise ver nuestra pose digital, a la vez, que le pedía a mi vital amiga que me las mandase por mail. Debo reconocer que hacíamos una "pretty couple". ¡Qué genialidad sentirse así! Recordé las palabras de Peter Gless, que decían: 《Todo en la vida es temporal》. De ahí, que dictaminé pensar más en mí y deleitar de todo lo que se me presentase en mi vida.

      Nos subimos a un taxi dando la dirección del restaurante donde Peter nos había reservado:

- Good night! please to 231 Ebury St. " Poule au Pot Restaurant" - dije al taxista.

- Good night! Perfect - respondió en un inglés hindú. 


      Pablo me miró y me comentó:

- ¿Comida francesa?

- Supones bien, ¿hablas francés?

- Sí, estudié un año allí. 

- D'accord...pues te encargas de elegir el menú. No he estado nunca, pero mi compañero Peter insistió. 

- O sea, ¿tu director de moda nos ha preparado la noche?, ¡tendré que hablar con él para que nos organice muchas más!

       Fueron momentos muy inocentes con toques humorísticos. Cuando el taxi llegó a la altura de Victoria Memorial girando para alcanzar "Constitution Hill" observamos un Buckingham Palace muy resplandeciente y ambos afirmamos lo cuidado que estaban los jardines y las flores de aquel entorno tan idílico. Tras pasar por Duke of Wellington Pl. y por Upper Belgrave St. nuestro destino se aproximaba y en unos dieciocho minutos más o menos, desde la salida de Covent Garden, nos paramos justo delante del coqueto bar francés 《La Poule au Pot》. Sencillamente, me encandiló su terraza exterior con la bandera y los grandes macetones; pero, ya, en su interior percibí un exquisito y delicado mobiliario con toques de "La France": predominaba entre las mesas un enrejado tipo gallinero con racimos de uva que colgaban, cuadros antiguos y fotos con reminiscencias francesas, suelo de madera sin pulir, puertas acristaladas y envejecidas, trampantojos sobre las paredes, aromático olor a hierbas de la Provenza , cuyos ramilletes secos prendían cerca de un arcón con pan recién hecho. Detalles de candelabros vintage con velas encendidas, una fina cristalería y con cubertería afrancesada. Realmente único y cien por cien aconsejable para una cita con Pablo.

       Mientras se acercaba una guapa joven para preguntarnos por nuestra reserva, miré a mi “viejo” amigo que deleitaba con el lugar elegido. Pablo me retiró la silla cual amable caballero y comenzó a hablar en francés con la joven, a la vez que yo sonreía. Terminado su coloquial momento afrancesado y con cierta intriga por parte mía, le dije:

- ¡Seguro que ya te has enterado de todo! Y yo que vivo cerca de aquí, ni siquiera conocía este restaurante. 

- Pues te cuento: resulta que ha sido votado como “ el restaurante más romántico" en el conjunto de Londres por la guía Harden, por su seductor interior, sus rincones íntimos y su aroma. ¡Está clarísimo! recrean una atmósfera muy francesa y, además, con exquisito paladar. Así que, ¡habrá que degustar los menús de la carta!

- Yo estoy deseando - le informé con gesto de hambruna a Pablo y entregándole la carta en francés. 

-Ana ¿te parece bien que pida algunos aperitivos para compartir y luego cada uno que elija su plato?

-Sí, me parece bien.

       Pasados unos minutos se acercó un camarero, nos sirvió agua y nos preguntó por las bebidas. Antes de que mi acompañante contestara, le dije al camarero: 

- 《Please, I want sweet white wine》(Por favor, quiero vino blanco dulce)

- 《Jurançon, for example》. 

- Perfect - dije mirando al camarero.

- And you? - le preguntó el camarero a Pablo.

- I prefer a red wine. Is it possible a "Château Roques Mauriac"?. (Prefiero vino tinto. ¿es possible..?)

- Yes, it's possible.

       Tal como pronunció ese nombre sonó a uno de los mejores vinos de Francia, pero como la elección y criterios en el mundo vinícola es muy subjetivo y depende del gusto y paladar de cada uno, pues decidí no hacer ningún comentario. Sin embargo, mientras Pablo seguía estudiando la carta yo comenté: 

- ¿Sabías que el vino es afrodisíaco para las mujeres?

        Pablo levantó la mirada, alzó el ceño y sonrió. 

- Pues, ¡si lo sabía!, pero soy todo oídos.

- Ja, ja, ja - me ruboricé al mismo tiempo que le iba contando lo siguiente:

“Hace tiempo que leí un artículo de la Universidad de Florencia donde se informaba que habían seleccionado tres grupos de mujeres entre dieciocho y cincuenta años, las que consumían entre una y dos copas, las que bebían menos de una copa diaria y las abstemias, a todas ellas, le hicieron un cuestionario, y el grupo que presentó mayores índices de deseo fue las que tomaban una o dos copas diarias. Por tanto, la conclusión médica a la que llegaron fue la relación potencial entre ingesta de vino y mejor sexualidad” - comenté.

- Si, pero resulta que el vino debe ser "tinto", red wine, y tú "my little darling", has pedido vino blanco, o sea, white wine. 

- Oh, my God! ¡me he equivocado! En la próxima copa cambio de color. Quiero pertenecer al grupo de mujeres que se lo pasan pipa.

- Ja,ja,ja...- se escuchó una carcajada de mi querido amigo.

       En ese instante apareció el camarero con las bebidas solicitadas, a la vez que ambos reíamos. Pablo comenzó a pedir aperitivos:

- Le foie gras pôelé et don verre de Monbazillac.

- Les escargots.

- Les asperges -au beurre fondu, sauce hollandaise ou froides à la vinagrette.

       Interrumpió un momento para mirarme y me dijo: 

- Creo que estos aperitivos para compartir están bien, ¿no?

- Sí, está bien, porque yo voy a pedir el plato que da nombre al restaurante: 《La poule au pot》.

- Perfecto, buena elección. 

       Y continuó hablándole al camarero para informarle del resto de platos que probaríamos.

      Yo me embelesé con su voz y tono francés, me pareció tan sexy ese instante, que me despreocupé por el arte culinario. La cena transcurrió entre momentos divertidos, sinceros y verdaderos, degustando y compartiendo las exquisitos platos de tan “romantic place” y diciéndonos ambos “BON APPÉTIT”. De fondo, en el hilo musical, comenzó a escucharse la magnífica canción de Adele, “Someone like you” -Alguién como tú-. Agudicé mis oídos y gesticulé a Pablo con cara de “me encanta” y con un dedo señalando hacia arriba, a ninguna parte, para que prestase atención a la música, a la letra, a “mis señales”. Fascinada en una melodía melancólica, en un ambiente relajante y soñador y con mi mirada fija puesta en sus ojos verdes, la canción pareció sonar más fuerte y con un silencio por parte de los comensales del restaurante, como “si los ángeles del cielo en cuadrillas” revolotearan por encima de nuestra mesa adormilando al mundo, y se escuchó:

You know, how the time flies” (Sabes, cómo el tiempo vuela)

       Y sin más, decidí hablar de mí; ya que, sinceramente, era incapaz de besar o de decir un “te quiero” si la persona que estaba en frente de mí, pues no me conocía. ¿Cómo escuchar una letra dónde a veces el amor dura, pero otras en cambio duele? Así que respiré profundamente y dije:

- Pablo, tengo tres hijos, estoy casada oficialmente, con caótica vida matrimonial de infidelidades, grandes silencios, vidas separadas por profesiones laborales de ambos, y preocupaciones por entrar en guerras judiciales. Mi hija mayor estudia en un exclusivo internado católico, en el corazón de Berkshire, “St. Mary´s School Ascot”, aproveché que una amiga suya del cole se marchaba un año por traslado de trabajo de los padres y viendo que ella estaba ilusionada por el planteamiento que le hice, de estudiar en dicho centro, convencí a su padre para matricularla, ¡sabiendo que Londres es uno de los centros de trabajo mío!, y que siempre que estoy aquí, la visito; ¡un acierto total!, ella está encantada y le he evitado con su edad preadolescente, situaciones incómodas; la mediana, se amolda a cualquier situación y lo mejor es que, dialoga todo lo que le pasa, conmigo y con su padre, siendo fácil llevarla al camino correcto. Y el pequeño es travieso, divertido y muy activo. 

       Transcurrieron minutos de silencio, mirándonos a los ojos e ingiriendo, ambos, algo más que un sorbo de nuestras copas de vinos. Y con gesto sorpresivo, Pablo hizo un amago de hablar, sin articular palabra. Así que, me anticipé diciéndole:

- ¿te has quedado sin palabras?, ¿no te lo esperabas?

- No, no es por eso. Es por cómo me lo has dicho, perdona, no estaba seguro si soltar una carcajada o por contrario, llenarte la copa de vino y decirte que te la tomes de un solo trago.

- Ja, ja, ja. Pues, ambas opciones me parecen estupendas. Voy a pedirme una copa y esta vez, de “red wine”, ya sabes que he decidido ser del grupo de las que se lo pasan “pipa”.

- ¡Pues genial, te lo mereces!

       Le sonreí, a la vez que llamaba al camarero para solicitarle dicha petición. Al girarme, nuevamente, vi a Pablo con ganas de preguntarme algo, y le dije:

- Dime algo, please.

- Únicamente saber, ¿por qué no me lo contaste en All Bar One?

- Pues, no sé. Tú te sinceraste y yo, escuché. Cada persona necesita hablar de su privacidad en determinados momentos. Hablé de mi trabajo, mi gran escape, pero, en ese momento, pues ¡no sé!... disfrutaba de tu compañía y no me apeteció contarlo. ¡Aún, no sé por qué no lo hice! – afirmé con pausada voz mirándole fijamente a los ojos.

- Me parece bien. Realmente pienso como tú. Hay determinados momentos en la vida privada o laboral, que se afrontan de forma diferente según la personalidad y carácter de cada uno. ¡Es lógico y respetable! Y creo, que una vez sincerada, deberíamos dejar el tema apartado y brindar por esta noche tan viajera; ya que de Rusia y sus acordes, nos hemos trasladado a una aromática Francia.

- Pues, brindemos. – y levantando copas en manos con el sonido suave del cristal, dije: ¡Por nosotros y nuestros proyectos!

- Por nosotros, rubita linda- dijo Pablo con tierna sonrisa y como siempre, con cuatro palabras y una coma.

- Gracias, Pablo, por aparecer en mi vida – dije mirándolo a los ojos y sin parpadear.

       Cuando terminamos nuestra cena en tan agradable restaurante, nos dirigimos paseando a mi apartamento sito en Cheyne Walk. Un precioso edificio, de finales del siglo diecinueve, junto al puente de Albert Bridge Garden, que la empresa me lo ponía a mi disposición, dada las grandes temporadas de trabajo que me pasaba en Londres. Carlisle Mansions están situados a la espalda de la catedral de Westminsters, un área dominado de edificios victorianos y zona residencial, sorprendentemente tranquila, pero está a pocos minutos del ajetreo y el bullicio de la estación de Victoria y las numerosas tiendas y restaurantes a lo largo de esta calle. 

       Giramos a la derecha por Pimlico Road y tras andar pocos metros, penetramos en Royal Hospital Road cercano al río, con un viento agradable y húmedo que despejaba cualquier duda sobre ese feliz momento. Abrazados y sin conversación alguna, nuestro paseo se interrumpió a la altura de Chelsea Embankment, junto a una cabina roja de teléfono típica británica, en la esquina con Albert Bridge y dónde me pareció un marco único para retratarnos y hacernos una foto. 

- Un selfie, quiero un selfie – dije en tono infantil.

- Pues, claro, Ana – dijo efusivamente Pablo.

       Y situando el móvil en el marco más idílico para ese instante, nuestras miradas se entrecruzaron y surgió un grandioso beso que para nuestra posteridad quedó fotografiado. Pero, tras éste, vinieron otros muchos igualmente pasionales, una compenetración total, una sensación exclusiva y un derroche de entrega. Las caricias rodaron por todo el cuerpo, las palpitaciones aumentaban y las ganas de dar rienda suelta al amor eran evidentes. Cada vez que nos mirábamos nos besábamos y los pocos metros que nos separaban de los lujosos apartamentos se hicieron agradablemente largos.

       Situados frente a Carlisle Mansions, Pablo los observó detenidamente con cara de fascinación, mientras yo introducía la llave en la cerradura de la puerta de la entrada. Lo miré nerviosa y le pregunté:

- ¿Te gusta el edificio?

- Sí, es de 1.886 lo acabo de leer y me imagino tantas historias vividas tras esos muros. ¿Te imaginas vestida con esos maravillosos trajes? – cuestionó Pablo sonriendo.

- Perfectamente. Es una época en la que creo que, por mi carácter, encajo. Además, esos vestidos y ese glamour, pues me fascina. Pero, cómodo, no es el mejor adjetivo en el vestir de esa época. Dije mientras atravesaba el umbral de la puerta.

       Fue entonces cuando le miré, le besé y le dije que me gustaría volver a repetir tan magnífica velada. Y tras un silencio me respondió en voz baja:

- Pues lo dicho, repetimos.

       Como, ¡no!, con cuatro palabras y una coma.