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viernes, 12 de junio de 2015



Capítulo 2:   And where are they?



  Para un agradable y soleado día de Junio, recurrí a un pantalón pitillo blanco de Gucci con top de seda de print geométrico y chaqueta entallada con pespuntes de color camel, sandalias de piel de pitón de Michel Vivien a juego con un cinturón de hebilla dorada, un gran bolso tipo shopping de CH y gafas de montura metálica de Rayban, estilo muy urbano que se acompañaba de un gran anillo plata esmaltado en tono nácar. Cuando entré en la sala de reuniones, ya se encontraban todos sentados alrededor de la fabulosa mesa de madera de teka, de ambiente oriental, adquisición, por supuesto, de mi compañera de equipo Naomi, en una de esas múltiples pujas que realiza a subastas de galerías de arte. Y justo cuando me disponía a tomar asiento, me sorprendió un aromático olor a café, que procedía de la máquina expendedora del pasillo, e hizo que fuese directamente a servirme un espumoso café latte…Sentí como las miradas de todos los ocupantes de la sala se depositaban sobre mí y con gran desparpajo de mi acento andaluz-anglosajón les dije:

- ¡Buenos días a todos! Perdonar pero necesito un café…. ¿Os apetece uno?
- Sí , gracias – dijo Mrs. Cornish
- ¿Americano, latte, capuccino? ¿dígame cómo lo toma?

  Mientras, nuestra posible clienta, se expresaba, observé que Peter aterrorizado pulsaba el timbre llamando a una de las secretarias, y dignamente, se levantó y apartó mi sillón para que me sentase. Entendí que debía de comenzar esa reunión tan sumamente importante y que mi naturalidad mañanera, propicia de cualquier día de trabajo, estaba siendo poco protocolaria. Al entrar Lisa en la sala, dijo:

- Buenos días, ¿en qué puedo ayudar?
- Lisa, buenos días, por favor ¿podrías servir un café expreso a Mrs. Cornish?
- Sí, por supuesto, dijo Lisa.

  Abrí mi portafolio y tras un sorbo de ese suculento café, comencé estoicamente a hablar en un suave y agradable tono, para uno de los mejores discursos que magistralmente creo haber realizado.Les informé de estrategias y objetivos que juntos podíamos llevar a cabo, y valoré positivamente a “Vision Fashion Ltd.” empresa con la que, nos encantaría trabajar y realizar las colaboraciones oportunas. Y en uno de esos instantes, observé las miradas entrelazadas de mi publicista Clemente y el joven Bruce; gesto que hizo que me sonrojara y que diera unos silenciosos minutos, para que se restableciese un posible debate de un contrato o alguna cuestión, que se me hubiera ido de mis minuciosas anotaciones.Irrumpió el silencio, una bronca y tosca voz del súbdito de la Mrs. Cornish, Mr. Harrison, quién aterrizó su mirada en mis pupilas y argumentó lo siguiente:

< Mrs., Mr.: como representante legal de nuestra empresa y tras ser aceptada en Junta de accionistas extraordinaria su propuesta presentada el 15 de Mayo, para firmar un contrato de todos los servicios que “Royal Protocolare Ltd.” podría realizar para nuestra compañía, les proponemos fusionar las dos empresas y crear una macro compañía gestionada conjuntamente por Mrs. Cornish y ¿cómo no?, con el buen trabajo de Mrs. Fernández >

  Mr. Gless, algo sindicalista, aprovechó en preguntar si los trabajadores de las dos empresas se mantendrían en sus respectivos puestos, en caso de fusión y no dejó de mirarme con sus grandes ojos para saber qué pensaba yo con mi expresión facial.Me vi obligada a comentar que tal planteamiento lo tendría que exponer en una pronta Junta Extraordinaria y que nuestros abogados estudiarían la propuesta; y mirando a Naomi, le pedí que comprobara en mi agenda londinense, el próximo día disponible para una nueva reunión, y con sonrisa pícara dijo:

- Una posible fecha podría ser 28 de Junio, ¿qué opina usted Mr. Harrison?

  Y antes que éste dijese nada, la propia Mrs. Cornish afirmó con la cabeza, se levantó de la silla, y se acercó a estrechar su mano con la mía para susurrarme al oído y decirme:

- Espero que este acuerdo se lleve a cabo… ¡confío que así sea!

  La miré con gran satisfacción, y supe que era uno de los días en los que te despiertas y sabes, que algo bueno va a ocurrir. Me levanté de la silla y desconectada de los rumores y sugerencias de los que estaban presentes, me dirigí a mi despacho y conecté la radio de mi iphone poniéndome los auriculares cuando, y por casualidad, una canción me decía:


< Adelante por los sueños que aún nos quedan,
Adelante por aquellos están por venir,
Adelante porque no importa la meta
El destino es la promesa a perseguir….
ADELANTE >

  Mi cara era reflejo de una gran sorpresa emocional y una fascinación musical, un cóctel de expresión y un subidón de moral y autoestima, que ningún psicoanalista puede llegar a tratar; y ¡ahí estaba yo!… delante del gran ventanal que inundaba la sala con gran claridad, pensativa y evadida, mirando la rutina de las personas de la calle. Y de pronto, desde lo más profundo de mi interior, un grito de alegría dijo:


  Cogí el shopping bag de CH, cerré de un portazo la puerta de mi despacho y tras finalizar el pasillo, me introduje en el ascensor pulsando al botón del bajo. Al llegar a la planta segunda se paró y un joven despistado entró, y sin mirarme dijo:

- ¡Morning!
- Hola, buenos días – contesté en español.
- ¿Nos conocemos, no? – confirmó el joven en tono andaluz.
- Pero, ¿qué haces aquí? ¡qué alegría! – pregunté y atestigüé con cara de sorpresa.
- ¿Qué es de tu vida, Ana?- me saludaba mientras con su mirada observaba si el paso del tiempo había repercutido en mi cuerpo.
- Trabajo en este edificio desde hace tiempo, ¿y tú? – le pregunté.
- Yo viajo mucho, y ahora estoy llevando la gestión de una compañía que se ubica aquí. ¿Te apetece que te invite a un café? –preguntó moviendo la cabeza.
- Por supuesto que sí, hoy tengo el día libre y encantada de pasarlo contigo. – Le sonreí.

  Cruzamos la calle, a la vez que íbamos hablando cada uno de nuestra vida y de nuestras profesiones, y a la altura del número 103 Cannon Street , nos introdujimos en un exquisito y relajante bar del centro, con fachada de cuatro arcos de medio punto soportados en columnas de mármol, de un estilo muy mozárabe, All Bar One, cerca de la magnífica catedral de St. Paul. Al entrar nos sentamos en unos cómodos sillones con mesa central; el ambiente era muy selecto y frente a la barra, en las multitudinarias estanterías, se encontraban un sinfín de botellas de vinos de diferentes colores.

  Miré a mi desconocido amigo de colegio que hacía veinticinco años que no nos veíamos, y de reojo observé la extensa lista de vinos, cócteles y deliciosos cafés y tés, de rango muy universal, y dije:

- ¿Es hora de café o de un vinito? ,…porque en este sitio lo que apetece es una buena copa de vino con algún aperitivo.

  Respondiéndome:

- Pues si te apetece y crees que tienes motivos para brindar por algo…. ¡pedimos dos copas de vino!

  Con asombrado gesto afirmé:

- Sí…. por supuesto….hoy más que nunca tengo ganas de brindar y si me acompañas, ¡mejor!

  Un amable camarero nos trajo dos copas de vino blanco, Castillo de San Diego, de Bodegas Barbadillo con snacks de patatas y frutos secos, y es que la ocasión necesitaba que llevara el toque de nuestras raíces del sur de España. Al levantar las copas se observaba un tono amarillo pálido con reflejos verdosos que agradaba la vista, y tras un brindis, aprecié en el primer sorbo un aroma floral y afrutado, ligero de gusto y poco ácido. Me añoró un viaje a Sanlúcar de Barrameda para un curso de cata de vinos celebrado frente al maravilloso paisaje de Doñana. Y comencé a entablar una conversación con Pablo de lo más variopinta.

  Las horas transcurrían entre risas y recuerdos. Miradas que se compenetraban y a la vez, se ruborizaban. Gestos con gran complicidad y charlas amigables, con un toque transcendental por ambas partes, respuestas y recuerdos agradables que permitían sentirme con gran confort con este guapo amigo. Al principio las preguntas fueron ¿te acuerdas del viaje a Mallorca con el colegio?, ¿a qué te dedicas?, ¿dónde vives? …Pero, después, se produjo un interrogatorio “cotilla” por mi parte: ¿estás casado?, ¿tienes hijos?, ¿cuánto tiempo estarás en Londres?, no podía dejar de averiguar todo lo concerniente a su vida, había pasado veinticinco años y mi interés frenético por saber más y más, se acrecentó cuando Pablo me afirmó estar separado, aunque no divorciado; fue en ese momento, y no antes, cuando mi vejiga notó que el rebose iba a ser inminente, las copas de vino se llenaban como por arte de magia y, muy a pesar mío, me ausenté al baño y un leve mareo surgió en mi cabeza provocando un pequeño desequilibrio, fruto del alcohol del Barbadillo. 

  Alcé mi rostro al espejo comprobando que mi maquillaje se mantenía intacto y mientras lavaba mis manos, me puse a charlar a una reluciente y limpia superficie donde se observaba mi imagen:

- No recordaba yo a este chico así.Me acuerdo que era muy tímido, y… ¡es que está mejor que antes!, ¡uf!, parezco cual adolescente…

  Cuando salí, observé de lejos que Pablo estaba hablando por el móvil y parecía como si estuviera cancelando alguna reunión de trabajo. Con mirada fija sobre sus ojos verdes, recordé que no tenía su teléfono y que necesitaba que me lo diese. Yo no solía ser así, porque todo el que me conoce y mis amigas más que nadie, saben que medito mis acciones, mis pensamientos y hasta lo que voy a decir. Pero, está claro, que con la edad te vas haciendo más decidida, más segura, más valiente,… y ahí estaba yo…una cuarentona, especulando por la vida personal del chico que tenía sentado en frente. 

  Cuando colgó el teléfono, sonrió y de nuevo, comenzó una entrevista desesperada de saber, más y más, del de enfrente; recordamos juntos momentos vividos en clase, me desveló su vergüenza y timidez cuando nuestras miradas se cruzaban, y me confirmó mantener un libro de ciencias sociales con dedicatoria mía de fin de curso, que decía:

< Tu compañera de banca te desea:
¡Buen verano!
Incorregible y ruborizado amigo de pocas palabras>

-Ja,ja,ja… Me acuerdo. Y, ¿cómo puedes guardar ese libro?... ¡qué fuerte! – mi risa era constante y escandalosa.

  En ese momento, entendí cómo un amor de adolescencia no se olvida tan fácilmente, cómo marca una mirada o un escrito sobre un papel con renglones de tinta de poco significado. Me sentí culpable, a la vez que vacía y cruel. Debí dedicarle más tiempo, charlar con él, estudiar juntos, un cine,… ¡uf! Me faltaba tiempo para recuperar a ese gran amigo. Y con toda la naturalidad que me caracteriza dije:

- Dame tu móvil y te envío el mío en whatsApp.

  Mientras nos pasábamos los números, me aproximé hacia él aún más, pero en uno de esos instantes mágicos, que la vida nos concede, mi tímido amigo me acarició mi feliz rostro y con tan tierno gesto, aprecié que en su mirada había algo más. Fue acercándose poco a poco hacía mí y me susurró en el oído:

- “siempre, te he deseado

  Mi caótica mente recepcionó esas cuatro palabras y una coma, con excitación, alejé mi mejilla de la suya, a la vez que noté cómo los nervios se apoderaban en mi interior. Mi corazón palpitó a 200 pulsaciones como si estuviese haciendo jogging por Hyde Park y le insinué:

- Pero, ¡yo no soy de esas que se arrojan a los brazos del primero que se le acerca!, además, ¡no sabes nada de mí actualmente!

- ¡me alegro! – dijo Pablo- y que sepas, que muchos compañeros se derretían cuando tú caminabas por el pasillo y que eras una de las chicas más cotizadas de tan selecto colegio.- Afirmó con semblante picaresca mi confidente colega.

- Pero, déjame antes que te cuente algo.- dije mientras su dedo índice gesticulaba sobre mis resbaladizos labios signo de silencio.

  Decidí que el día había sido deslumbrante y que el “toque de queda” y retiro hacia mi piso, había llegado. Miré mi reloj, Maurice Lacroix con correa de caucho color gris plomo y contemplé, con cara de asombro, las horas que habían transcurrido desde nuestro encontronazo en el ascensor. Miré por los grandes ventanales de All Bar One y aprecié una llovizna que me molestó en una oscura noche; sin embargo, fue la excusa perfecta para decir adiós.

- Pablo, ¿has visto la hora qué es?, ¡debo marcharme!, tengo que preparar una importante reunión sin dejar ningún aspecto en el aire: protocolo social, económico y asesoramiento de imagen para un peculiar anfitrión. – dije a modo de excusa.

  Él me miró, y sin decir nada, levantó el brazo derecho haciendo un gesto al camarero de la barra para pagar. 

- Además… ¡está lloviendo! – volví nuevamente a hablar yo.
- Sí – afirmó Pablo, sin darle mayor importancia.

  Me ayudó a colocarme bien la chaqueta entallada con pespuntes de color camel y me embriagué de un perfume varonil que rápidamente reconocí porque fue siempre el usado por mi hermano Fran.

- ¿Hueles a Eou de Savage de Christian Dior?
Pregunté.

- Sí, desde hace años soy fiel a este aroma.
Contestó él.

- ¡Me encanta!, mi hermano mayor también se embriaga de ese perfume y ser fiel al mismo aroma hace que se identifique a las personas. Yo, sin embargo, soy super infiel a los perfumes, a los cosméticos, a prácticamente todo.

  Mientras dije con gran entusiasmo la frase final, me fui arrepintiendo de cada una de las palabras que formaban la oración en cuestión. Así que, comencé a sonrojarme y con gran desparpajo, dije:

- Bueno…a todo, todo, no soy infiel.

  Pablo me abrazó cariñosamente y me acompañó a cruzar la carretera. Para resguardarnos de la lluvia nos metimos en la boca del metro en la estación ubicada frente al bar. Nos miramos y un cariñoso beso en los labios surgió. Fue un sentimiento de adolescente que se penetró levemente por mis venas, pero reconozco que me gustó, y mucho. Me aparté lentamente y con tono leve y temblorosa voz le dije que me marchaba en taxi. Él quiso llevarme en coche, pero pensé que el día ya tenía un broche final perfecto y le pedí que me llamase pronto para volver a vernos de nuevo.

¡Adiós!, bye bye…

  Me introduje en un típico taxi inglés informando al conductor de mi dirección en el acogedor barrio de Chelsea. Miraba indistintamente por cada ventana, y sin ton ni son, me sentía flotando en una nube e incluso, llegué a pellizcarme varias veces para saber si era real todo lo que me había ocurrido. Conforme nos íbamos acercando al tranquilo entorno de mi idílico barrio plagado de zonas verdes, contemplaba sus coquetos parques y plazas. Pero mi confuso cerebro no podía pensar, y me custodiaba en mi intelecto que no le había hablado de mi vida, no podía ilusionarle, tenía que verlo y sobretodo, dejar varios temas claros y no esperar a saber: ¡qué me depararía el destino!

  Recordé un libro del poeta Pablo Neruda, “20 poemas de amor y una canción desesperada”, que tuve que leer a mis 16 años, y decía entre sus líneas:

Para mi corazón basta tu pecho,
Para tu libertad bastan mis alas.
Desde mi boca llegará hasta el cielo
lo que estaba dormido sobre tu alma.

  Me bajé precipitadamente del taxi y llamé desde el móvil a mi amiga Aldona, una estupenda chica londinense con la que mantengo contacto desde hace 15 años, y mientras, entraba en el zaguán del edificio, fui contándole cosas del trabajo, del beso de Pablo y del nerviosismo creado…me esforcé mucho para que me entendiese y comprendiera mis sentimientos. Ella, sólo sabía decirme:

- Oh…my God!

  Entré en mi piso, y me tumbé en el longchaisse junto a la ventana. La lluvia había finalizado pero las gotas de agua recorrían el cristal. Mi intelecto desbordado de sensibilidad, pasión, ternura y un sinfín de caricias afectivas, inexistentes en ese instante, pero reales por un sólo beso, hizo que respirara profundamente y naciera en mí un resurgir de vida que durante años lo había encubierto con mil sonrisas. Y allí estaba yo, evadiéndome de problemas y silencios, con una exuberante recarga de felicidad que el dinero no paga.




"La amistad puede convertirse en amor. El amor en amistad. . . Nunca" (Albert Camus)

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